El relato se ha escrito para el reto #EstrellasDeTinta2023
Dejo por aquí el link a las normas del reto: https://plumakatty.blogspot.com/2022/12/reto-de-escritura-creativa.html?m=1
Objetivos:
Principal:
10- Haz un relato en el que tú seas uno de los personajes. Puede ser un fanfic.
Secundarios:
36- ¡¡Zombis!!
38- Crea un relato relacionado con un grimorio.
Después de tantos años en este viaje abrazado conmigo mismo, los brazos y las piernas me empiezan a flaquear. Lo que al principio era un reposo plácido, intuitivo, ahora se hace un baile tosco y quebradizo.
Recuerdo algunos de mis primeros días, seguramente moldeados por mis sueños y la idealización inevitable de la niñez. Naufragan hasta las islas de mi memoria aquellos primeros pasos de esquina a esquina en la cocina, con los que aprendí a andar. Las místicas reuniones de mi hermano con sus amigos, en las que yo era poco más que un intruso feliz. Las tardes soleadas, la familia, dónde todo lo malo era inundado y ocultado por la desaforada fuerza de una nueva vida. Estaba vivo, por el momento, sin saber porqué. Y ahí, mi comunión conmigo mismo no era siquiera una cuestión. Esa simiente despreocupada brotó en ojos y oídos, y con ellos pude ver y oir todos esos patrones, esos actos que trazan el teatro en el que vivimos.
El salir a tomar el aire de mi madre, que significaba invariablemente salir a fumar. El ya lo hago luego de mi padre, que era el comienzo de innumerables discusiones...
Crecí y me volví ducho en navegar la vida por donde creía que podía, hasta que llegó el momento de mirar atrás para buscar respuestas. No se puede entender uno mismo sin entender cómo ha llegado a donde está. Y mirando atrás comenzaron a translucir todas esas oscuridades que yacían latentes. Los peligros que no existían, las decisiones que no tomé porque no sabía que había que tomar.
Ya iba camino de la treintena cuando creía conocerme, entonces los problemas que había enfrentado me parecían mucho más grandes de lo que en realidad eran. Sin embargo, todo fluía anodinamente por unos cauces que solo llevaban a una vida fútil con una preocupación constante por el mañana.
Trabajaba de apoyo a la dirección financiera de una compañía que me hacía viajar más de lo que mi espíritu tranquilo anhelaba. A pesar de todo, a veces era entretenido. En una ocasión, la última en la que viajé por placer, nos enviaron a una retirada a una aldea portuguesa para hacer teambuilding. En la aldea, abandonada hacía años, solo estábamos unas seis personas, todos mandos intermedios entre los que ya había buen ambiente. Allí teníamos que seguir una serie de instrucciones para sobrevivir, no teníamos coche, y solo había vacas, gallinas, un huerto con frutas y hortalizas y una amplia casa de campo que carecía de leña cortada en medio del frío invierno.
Los primeros dos días fueron duros, tuvimos que aprender a ordeñar vacas, recoger huevos del gallinero, que aunque parecía sencillo, a la gente de ciudad como yo, le resultaba de lo más dificultoso robarle a las gallinas. También salíamos a recoger algunas frutas y verduras, mandarinas, kiwis, acelgas, cebollas, calabazas... Alimentos que jamás habría dicho que pudieran ser recolectados en invierno. Todo se acabó bastante rápido, entonces decidimos ir de excursión a una cueva que estaba a unos diez kilómetros de la casa. Allí nos esperaba un premio, comida y descanso de verdad según las instrucciones.
Salimos a mediodia, aprovechando los rayos de sol más intensos. Seguíamos un mapa en papel, pues no teníamos móviles. La Serra da Estrela nos puso el pie en el freno desde bien pronto, la belleza de los bosques y el compañerismo no eran suficiente carburante después de varios años de sedentarismo.
Tras mucho farfullar llegamos al sitio. Eran unas termas que parecían haber sido abandonadas, pero de las que aun fluían aguas templadas. El camino hacia la cueva discurría angosto, con peldaños irregulares, muchos de ellos erosionados por pequeños caudales que brotaban de entre las piedras. Llegamos al interior sin mucha dificultad, el aire templado henchía los pulmones y los embalsamaba de reposo después del paseo por el frío escarchado del lugar más alto de Portugal. La cueva estaba decorada con telas y cómodos cojines con bordados árabes. Aquél lugar se había tornado en una jaima, con vapores subiendo de las aguas y multitud de espacios invitando al reposo.
Me rendí a uno de ellos, junto a un libro generosamente decorado. La realidad comenzó a desvanecerse entre los olores a té y el ambiente templado.
Desperté al cabo de un rato, alterado, el calor me había reconstituido, me sentía con energía. Nadie quedaba allí a simple vista, solo estaba yo junto al libro, que me llamó de nuevo la atención. Lo abrí, tenía un tacto suave pero con arrugas, como la mano de una abuela a la que quieres. Se leía así: de las arenas y el polvo, al verde lleno de vida, del azul de los ojos bereberes, al marrón de la gente de estas tierras, y de la crepitud de un pueblo sin futuro, a los enhiestos palacios andalusíes.
Dejé el libro de poesías a un lado al oir arrastrar algo. Al soltarlo yo ya sabía que algo no iba bien. Lo primero que vi fueron unas manos, negras, esqueléticas, con los tendones uniendo los huesos y posibilitando que aquella cosa no se cayese a cachos. Luego fue la cabeza, con un rostro fino, impoluto, pero estéril, sin cabello, aunque con unos ojos azules como el cielo. Solo salí corriendo, sin pensar en nada ni en nadie. Corrí y corrí, de vuelta hacia la casa a través de un terreno baldío de personas. Extraño, pero sin duda real. Llegué sin aliento y sin percibir ni un rastro de vida. Cerré todo, todas las puertas y ventanas y solo me quedó un suspiro para dormir.
Por la mañana desperté y pensé con tosquedad que el día anterior había sido un buen día. El miedo y la lucha por sobrevivir me habían liberado de la ansiedad por el futuro y de los traumas del pasado. A los días comprendí que aquello era el despertar de un nuevo orden, que lo que allí vi era el fin del mañana y del ayer y que, por tanto, ya solo me quedaba el hoy.