El relato se ha escrito para el reto #EstrellasDeTinta2023
Dejo por aquí el link a las normas del reto: https://plumakatty.blogspot.com/2022/12/reto-de-escritura-creativa.html?m=1
Objetivos:
Principal:
6- Cuenta una aventura que suceda en palacio.
Secundarios:
20- Escribe sobre alguien con las manos manchadas de sangre.
34- Haz un relato mágico.
Son las diez de la mañana y el mar bosteza dejando su espuma en la comisura de mis labios. Las mañanas son suaves al borde del mar, soy afortunado. Me levanto, Jenny no está en la habitación, ella madruga y se va a hacer deporte temprano, suele volver a la hora en la que me despierto y, a veces, me hace el desayuno. Hoy no hay suerte, no hay Jenny aún, ni desayuno, así que apuro el café del día anterior, sin calentarlo. Se mezcla con los restos de sueño de mi boca y crea un sabor pastoso y energizante. Sostengo la taza entre mis manos mirando a través de los grandes ventanales de la pequeña casa, que es un minúsculo palacio minimalista y perfectamente ordenado. Estoy tranquilo, desprovisto de toda preocupación y dejo los minutos discurrir sin ser muy consciente. Desde aquí, empiezo a oír unos pasos secos que se acercan por el camino de piedrecitas de la entrada, cada paso altera mi interior, sin saber porqué, pues la mañana no ha podido comenzar mejor. Sé que es Jenny, por el ruido que hace al caminar. No hay mucho tiempo para pensar ni para sacar conclusiones, pero me entristezco. Esta tristeza viene de reparar en que la persona que amo destruye mi calma cada mañana que alarga su rutina de deporte. Ella entra, sudada, vibrante y preciosa y me lanza un beso entre jadeos. Me pregunto cómo un ser que despierta tanta ternura puede traerme este desasosiego. Me da los buenos días, y yo los devuelvo, lo más felizmente que puedo, pero mi naturalidad no confluye con la suya, mis palabras quedan en un saludo forzado, cordial y frío. Me culpo por haber algo mal en mí, ya que no puedo culparla a ella por su existencia liviana.
Jenny se va a duchar y deja la puerta entreabierta, y yo no puedo hacer otra cosa que amar su cotidianidad, el vaivén de su pelo mojado, el deslizar de la espuma por su piel... La espuma, que depura su piel, y en cambio agriaba mi café de la mañana, desaparece dejando dos regustos bien distintos. Ahora, sin esperarlo, también me siento celoso de ese nimio detalle. No llego a desembarazarme de un sentimiento estúpido cuando ya tengo otro encima.
Jenny sale de la ducha, y se seca con una toalla azul con encaje blanco a juego con las magníficas vistas desde el sofá dónde me encuentro. Me mira, con lo que percibo una expresión inquisitiva, que directamente me pone a la defensiva. Yo ya no soy yo, y la conversación que llega a continuación, solo deriva en mis gritos justo antes de ponerme a preparar el almuerzo, gritos que se acompañan del tintineo de un cuchillo y unas gotas de sangre al caer sobre la encimera.
La pena me embarga, la pena, los celos y la ira, de los que soy dueño, y que dejo reposar conmigo mientras descanso sobre el sofá. Jenny ya no está, se fue a refugiarse en nuestro cuarto.
Cierro los ojos y la pequeña casa costera toda de blanco se torna en un gran palacio bizantino, con sus cúpulas azulinas y sus majestuosas columnas nacaradas. Mi vista llega a contar decenas de habitaciones, todas cerradas por lujosas puertas de nogal con incrustaciones en plata y bronce. Me levanto, desconcertado, y avanzo hacia una de las puertas. La abro a mi paso, empujando ligeramente, y veo una sala muy amplia manchada por un líquido viscoso, negruzco, que contrasta con el resto. Al fondo, Jenny enciende una cerilla, que deja caer sobre el líquido. La pez prende e inunda la sala de un fuego cegador. Yo ya estoy unos pasos más adelante de la puerta y el fuego me rodea, así que no puedo volver. Mis ojos no alcanzan a ver a Jenny, estan cegados por las llamas, que llegan hasta el techo. Más allá de temer por mi vida, me cabreo, Jenny ha prendido fuego a mi paz hasta en aquél sueño. Pero pronto veo que las llamas no queman, así que avanzo a tientas hacia donde estaba ella, y una vez a su lado la agarro de una muñeca, lo que me hace desvanecerme y reaparecer en el diván desde dónde se atisbaban todas las salas del palacio.
El diván es mullido, pero aunque estuviera hecho de clavos, aquellas salas no me despiertan nada bueno, no quiero abrirlas, no quiero moverme, pero tengo que abrirlas porque sin ellas no hay historia. Y en efecto, me levanto para hacerlo. Una tras otra, las abro para encontrar a Jenny y llegar a su blanca muñeca con mis dedos, no sin antes pasar por ahogamientos, fusilamientos y otras torturas nada eficaces pero muy visuales, para a continuación, volver al diván.
Me encuentro delante de la última puerta, dispuesto a terminar con la alucinación, pero al abrirla no hay rastro de Jenny. No está escondida armada con un puñal, ni en lo alto de un montón de piedras lista para dejarlas deslizar sobre mí. La gran sala tiene una cristalera en el techo, que deja ver más allá del tejado a dos aguas, también hay estanterías llenas de libros y una gran escalera para acceder a todos ellos, pero hay un pequeño detalle. Un minúsculo pájaro azul que aletea silenciosamente sobre mi cabeza.
Merodeo por la sala en busca del mecanismo que me lleve al diván o a dónde sea que haga que termine todo aquello, pero solo consigue llamarme la atención un libro, una recopilación de poemas sobre pájaros: Birds never sing for themselves. Lo cojo, lo abro y leo algunas líneas al azar, que cuentan deseos y amores, batallas y promesas, sobre el recuerdo y mil temas más, pero solo uno habla de un pájaro azul, que se titula precisamente, Bluebird, y dice así:
Hay un pájaro azul en mis adentros,
y quiere salir,
pero soy demasiado duro para él.
Le digo, quédate ahí, no dejaré
que nadie te vea.
Hay un pájaro azul en mis adentros,
que quiere salir,
pero derramo whisky sobre él,
y lo asfixio con humo de tabaco.
Y ni carteros, ni barrenderos,
ni los mendigos saben
que se esconde ahí.
Hay un pájaro azul en mis adentros,
que quiere salir,
pero soy demasiado duro para él,
le digo,
estate quieto, ¿Me quieres joder?
¿Quieres joder mi trabajo?
¿Quieres echar por tierra
todo lo construido?
Hay un pájaro azul en mis adentros,
que quiere salir,
pero soy demasiado astuto, solo lo dejo salir
a veces, por la noche,
cuando todo el mundo duerme.
Y le digo, sé que estas ahí,
así que no estés triste.
Entonces, lo devuelvo dentro,
mientras canta durante un rato,
no lo he dejado morir del todo.
Así dormimos juntos,
con nuestro pequeño pacto.
Suficiente
para hacer a un hombre llorar,
pero yo no lloro,
¿Y tú?
(Charles Bukowski)
Con las manos temblorosas y el rostro húmedo, arrastro la escalera hacia la cristalera mientras el pájaro sigue revoloteando. Subo, con poca convicción y lentamente, hasta llegar al pomo que abre uno de los cristales, y tiro de él para dejar que una dulce brisa marina entre. El pájaro que antes revoloteaba a media altura asciende, y sin dudar, sale por el hueco abierto pudiendo oler la libertad.
La luz me ciega, siento sal en la boca y arena en los ojos. Moverme se me hace pesado, y al girarme mi espalda cruje aconsejándome ir más despacio. Consigo entreabrir los ojos para ver a Jenny mirarme desde la casa con su rostro apacible. Me arrastro lamentándome hasta ella pero feliz, porque sé que ya no tendré nada que esconder.